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La siesta

La siesta

Todos los humanos, independientemente de la sociedad, nuestra ubicación geográfica, cultura, costumbres, trabajo etc., sufrimos un decaimiento del estado de atención que está determinado genéticamente. Seguramente tú lo has sufrido en multitud de ocasiones durante tu vida. Normalmente coincide con la hora de después de comer ya que llevamos activos unas cuantas horas. Este decaimiento de la vigilia es una llamada de nuestro cuerpo a echar una siesta por la tarde.
La vida moderna ha alterado considerablemente los hábitos de sueño naturales del ser humano. Lo “normal” en esta sociedad es hacer un solo sueño durante la noche de entre 7 y 9 horas.
Pero este patrón es habitual en nuestra sociedad desde relativamente hace muy poco tiempo. Hasta la primera revolución industrial, a mediados del siglo XIII, lo común era hacer dos sueños a lo largo del día. Es decir, echar una siesta. Si observamos a las sociedades cazadoras-recolectoras que coexisten en el mundo actualmente como los Bosquimanos del desierto del Kalahari, los Gabras del norte de Kenia, los Awá y los Guajajara de la selva Amazonas, vemos que todos muestran un patrón común: Duermen por la noche unas 7 horas y hacen una siesta durante el día de entre media y una hora. Aunque también es cierto que si miramos a tribus más septentrionales como los Hazdas de Tanzania o los San de Namibia, comprobamos que en las épocas más calurosas con días más largos siguen con el patrón de sueño bifásico, pero cuando llega la época fría con días más cortos, se adaptan a un sueño monofásico.
Incluso hoy en día, con el patrón de sueño monofásico, estas tribus septentrionales, pero también mucha gente de nuestras poblaciones agrícolas y ganaderas se acuestan dos o tres horas después de la puesta del sol. Es por eso que la palabra media noche tiene sentido ya que ha transcurrido la mitad del sueño nocturno aproximadamente.

En nuestra época, la que nos ha tocado vivir, muchos de nosotros miramos el correo a media noche por última vez antes de ir a dormir con el consiguiente desvelo y además por la mañana no podemos dormir más para compensarlo. Esta alteración de nuestra biología podemos comprobar que sucede desde hace poco tiempo. Los estudios antropológicos de las poblaciones preindustriales así lo demuestran.
Está comprobado que el ser humano tiene un sueño bifásico. Hay evidencias, antropológicas, biológicas y genéticas tangibles que así lo demuestran: tenemos un sueño continuado y más largo por la noche y otro más corto por el día.
Hasta hace relativamente poco tiempo, en zonas de América Latina y de Europa Mediterránea los comercios abrían de 9 a 1 y de 5 a 9. Ésto era una forma de no renunciar a la siesta en los tiempos modernos. Pero hay una presión para abandonar esta saludable y natural práctica.
En Grecia, un país con cultura de siesta, un equipo de investigadores de la Salud de la Universidad de Harvard, estudió y cuantificó los efectos de este cambio antinatural para nuestra salud. Observó a más de 20.000 hombres y mujeres de entre 20 y 80 años de edad durante seis años centrándose en los efectos cardiovasculares. Para ello, a muchos les tocó dejar de dormir la siesta.
Todos los pacientes carecían de ningún tipo de patología coronaria ni cerebrovascular al comienzo del estudio. La conclusión fue que en la población que abandonó la siesta, el riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular es un 37% mayor que en los que hacían la siesta. El resultado fue más estremecedor entre los trabajadores ya que la muerte por accidentes cardiovasculares era un 60% mayor que entre los que continuaron con su siesta.
Afirmamos que la siesta es buena. Previene cardiopatías, reduce la tensión arterial, aumenta la concentración y te hace recuperar horas de sueño, entre otros beneficios. Eso sí, se recomienda no superar los 30 minutos de siesta y hacerlo entre las 13 y las 17 horas, a poder ser en un espacio cómodo y agradable.

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